Durante los próximos días, como
consecuencia del inminente fallecimiento del Presidente Suárez, vamos a vivir
una auténtica sobredosis informativa sobre la Transición a la democracia en
nuestro país.
Es bastante simbólico que la
desaparición de uno de los grandes artífices de nuestro sistema político se
produzca justo cuando este lleva algún tiempo dando signos incuestionables de
su agotamiento. Quizá sea fruto de este agotamiento del sistema, por lo que, en
nuestro país, las versiones e interpretaciones sobre este tiempo tan crucial de
nuestra historia sean, cada vez, mas contradictorias.
Se abre paso, desde algunos
sectores de la izquierda, la idea de la transición como engaño, como una simple
adaptación del Franquismo para seguir ostentando el poder. Se afirma que
vivimos un Franquismo sin Franco y muchas barbaridades por el estilo. Esta
teoría toma buena parte de su credibilidad por la forma de actuar y proceder
prepotente, autoritaria e insolidaria del Gobierno de Mariano Rajoy.
Al mismo tiempo, desde la inmensa
mayoría de la derecha española, se sacraliza a la transición, a la figura de
Suárez y a la Constitución. Se sacraliza hasta el punto de subirlos a las
esferas de lo intocable e inamovible.
Bajo mi punto de vista, ninguna
de estas versiones es cierta. Ambas están muy alejadas de la realidad que vivió
nuestro país en los setenta. La
Transición fue, sin ningún género de dudas, el mayor logro político del pueblo
Español en el siglo XX. Suárez la
pilotó, con el Rey sí, pero también con la complicidad, trabajo y colaboración
de la mayoría de fuerzas políticas, así como con la animadversión y la
resistencia de buena parte de la derecha española, la más reaccionaria, a pesar
de que Suárez provenía del Franquismo, y con la desconfianza natural por parte
de la izquierda hacia alguien con esos orígenes políticos.
La izquierda hizo muchas
concesiones, aceptó la monarquía, el que fuéramos un Estado Aconfesional pero
que la Iglesia Católica fuera objeto de relaciones especiales, el no hacer
justicia con los crímenes del Franquismo fue, quizá, la mayor de las
concesiones (hoy urge, cuando menos, la reparación y dignificación de las
víctimas, para mí, sin duda, una asignatura pendiente de nuestra democracia).
Sí, es cierto, la izquierda cedió
cosas, la derecha también, yo cada día lo veo mas claro, cada vez que veo los
recortes a los que pretende someternos el Gobierno del PP, no ya en materia
social o económica, sino en derechos civiles, veo cuanto cedieron en la
Transición. Cedieron a la democracia, entraron por el aro de que a los
Gobiernos los elijen los ciudadanos a través de su voto en una urna. Esto, que
muchos estaréis pensando que no tiene mérito alguno, ¿qué menos que aceptar la
democracia para que haya un sistema democrático? Sí lo tiene, y mucho, ya que
la derecha de este país, con minoritarias y honrosas excepciones, nunca ha sido
ni es demócrata, me reitero, los usos del PP en todas partes nos lo demuestran
a diario. En la actualidad, han dado muchos pasos hacia atrás en su concepción
de la democracia. Para ellos, esta se resume en que cada cuatro años se vota y
el que gana, a partir de ahí, hace lo que quiere. Los derechos de huelga,
manifestación, reunión, etcétera han de ser limitados según ellos, ley mordaza,
y, en todo caso, cuando el pueblo los ejerza que no sirvan para nada, pues
ellos no van a escuchar las reivindicaciones de nadie. Quedan así estos
derechos como meros mecanismos para el desahogo del malestar ciudadano pero sin
ninguna capacidad de intervenir en las decisiones políticas. En esta España
Popular, si una huelga general paraliza completamente el país, los trabajadores
volverán al día siguiente a su puesto de trabajo con la conciencia tranquila de
haber mostrado su desacuerdo con la Reforma Laboral, pero seguros de que el
Gobierno no escuchará su sentir y no modificará ni una coma. El PP entiende
nuestra democracia como elegir cada cuatro años al gobierno autoritario de
turno.
Para mí, la obra de la
Transición, que no viví en primera persona pues contaba con solo un año de edad
cuando murió Franco, tiene muchísimo valor. Los españoles fuimos capaces de
ponernos de acuerdo para construir un sistema de convivencia en el que cabíamos
todos. Todos cedieron y Adolfo Suárez supo ser gestor y canalizador de ese
entendimiento. El resto de partidos supieron reflejar sus ideas dentro de un
marco donde primaba el interés general. Encontramos soluciones imaginativas
para los grandes “cleavedge” de nuestra historia política. Se creó un sistema
que, se diga lo que se diga, nos ha permitido vivir los mejores años de
desarrollo de nuestra historia, pero, sobre todo, nos ha permitido vivir en paz
y libertad durante 36 años, algo insólito para este país. La Transición mereció
la pena y estuvo bien hecha. Buena parte de su éxito se debe a la altura
política de figuras como Adolfo Suárez, Felipe González, Abril Martorel, Alfonso
Guerra, Santiago Carrillo…y tantos otros, pero, sobre todo, se debió a la ejemplaridad de
un pueblo que, ante las amenazas terroristas y golpistas, actuó con una responsabilidad
sorprendente, un pueblo que puso en la democracia sus anhelos e ilusiones y
supo, con dignidad, mantener el rumbo de forma serena en momentos de mucha
dificultad y tensión.
Otra cosa bien distinta es como
leemos la Transición hoy para que nos sea útil de cara al futuro. Para mí, leer
la Transición es necesario, leerla con ánimo de extraer lecciones. No creo en
las sacralizaciones al estilo de la derecha, pero si hubiera algo que sacralizar,
me quedaría con el método de diálogo y cesión de todos por el interés general,
por la convivencia pacífica y en libertad. Esto que estoy diciendo es algo que
todo el mundo dice defender. Luego, los hechos de cada cual demuestran la
sinceridad de esta defensa. Pero hay algo que creo anterior al diálogo, a la
negociación y a la capacidad de cesión; el convencimiento unánime de que había
que cambiar las cosas, de que el sistema político en el que vivíamos los
españoles era algo que no se podía mantener por más tiempo.
Hoy, salvando evidentemente las
distancias, sabiendo las enormes diferencias entre aquella época y esta,
reconociendo las ventajas que tiene mi generación sobre la generación de
políticos que hizo la transición, creo que debemos darnos cuenta de que este sistema
está agotado. No hablo solo de que no hayamos respondido adecuadamente a la
crisis económica produciendo miseria, desigualdad e indignación en muchas capas
de la sociedad española. Hablo de que los poderes del Estado, nuestro entramado
institucional, nuestra arquitectura territorial, todo está en cuestión. Se nos
han revelado las limitaciones y contradicciones del Estado de las autonomías,
la falta de transparencia y controles en las administraciones públicas que ha
dado lugar a escándalos de corrupción insoportables, hemos conocido una cara de
la monarquía y la Casa Real muy alejada de la perfección idílica que nos
contaron durante años. Vemos, con asombro, como el poder judicial, se nos
muestra injusto e inentendible para el común de los mortales. Que sea el juez
Garzón, iniciador de la investigación a la trama Gürtel, el único condenado por
la misma, deja bien a las claras que aquí algo no funciona. El alejamiento que
todas las encuestas muestran de la ciudadanía española hacia la política y las instituciones
hace necesarios cambios profundos y de
calado en nuestro sistema político, cambios que, al contrario de lo que nos
ofrece el Partido Popular, han de ir en la dirección de la profundización
democrática, en la extensión de derechos sociales y de ciudadanía, así como en
el reconocimiento de la diversidad de la ciudadanía y geografía española.
Creo que la Transición, en sus
métodos y usos, ofrece respuestas de lo que hacer para solucionar las
incertidumbres del presente, solo falta una cosa: que la derecha española se de
cuenta de que ha llegado el momento de actualizar el pacto constitucional y, en
lugar de sacralizar la Constitución para no tocarla, se atreva a sacralizar el
diálogo, la negociación y la cesión para cambiarla y así conservarla como
instrumento útil y eficaz de convivencia libre y pacífica de todos los
españoles de todas las condiciones, orígenes y clases. Esperemos que con motivo
de los homenajes que se le tributarán al Presidente Suárez en los próximos
días, todos reflexionemos sobre estas cuestiones y encontremos caminos de
entendimiento. Aunque, largo lo fío.
Vayan, desde estas líneas, mi
reconocimiento y agradecimiento, sincero, a la labor desarrollada por el Presidente Suarez y tantos hombres y mujeres durante la Transición española, labor que me ha permitido crecer en un país libre. Gracias.
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