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sábado, 14 de noviembre de 2015

Respirar Libertad

Anoche me acosté, como tantas personas, sobrecogido con las noticias que llegaban de París. Una vez más, la barbarie nos mostraba toda la amplitud de su crueldad. Me  iba a la cama sin saber el alcance exacto de la tragedia y con el sentimiento de incertidumbre que nos envuelve ante episodios como este en los que vemos, de golpe, con toda su crudeza, la fragilidad de la vida humana.

Esta mañana, mientras me tomaba el primer café del día, veía en las noticias toda la amplitud de la tragedia, imaginaba el miedo de las víctimas en sus últimos segundos de vida, el dolor de los familiares ante la noticia de un ser perdido para siempre sin entender muy bien por qué ni para qué;  porque no hay nada que explique estos actos, porque no puede haber nada, ni divino ni humano, que de sentido a estas muertes. Imaginaba el miedo inimaginable de los supervivientes en los largos minutos de cautiverio, el horror vivido mientras ves morir a tu lado a un ser humano que, hasta hace unos instantes, compartía un vino y sonrisas con sus amigos en una mesa cercana de un restaurante de París. Apenas se pueden contener las lágrimas si te atreves a mirar de frente tanto dolor en un solo golpe.

En esos momentos, miro la ventana, el balcón, y veo las calles tras los cristales. Sevilla ha amanecido luminosa, con esa temperatura suave que te permite elegir si quieres llevar manga corta y sentir un fresco agradable, o prefieres una fina manga larga que te permita dar a tu cuerpo una plácida calidez muy alejada del calor habitual por estos lares.

Era temprano, los vecinos, poco a poco, comenzaban a sentarse en las terrazas de las cafeterías de la plaza. He sentido un impulso irrefrenable de salir a la calle, de dar un paseo por las calles de este barrio Sevillano de gente amable y alegre, salir a comprar en los comercios del barrio, dar los buenos días a los dependientes y camareros, saludar a los vecinos.

La familia ya está levantada. Nos vestimos, vamos al parque, damos de comer a los patos del estanque. Descubrimos, con sorpresa, que los patos ya no aceptan pan duro como comida y que pierden la cabeza con los gusanitos. Vemos como los patos ceden los gusanitos a las carpas que emergen del fondo del lago con sus bocas, perfectamente redondas, totalmente abiertas como fauces de león. Cierro los ojos para ser plenamente consciente del sol que me da en la cara y calienta mis párpados. Abro los ojos y me deleito con el color verde de la hierba que circunda el lago. El cielo es de un azul intensísimo, no hay una sola nube esta mañana.

Nos vamos a los columpios cercanos para que los niños  jueguen un rato. Cuando llegamos, no había aun nadie. Instantes después, poco a poco, van llegando mas padres con sus hijos, el silencio del bosque de pinos se llena de risas de niños y del ruido de su correr nervioso y estresado queriendo probar todos los columpios a la vez. Sus padres sonríen felices contagiados del espectáculo de la felicidad infantil. Entre ellos habrá de todo, supongo, pero imagino que, en su inmensa mayoría se han pasado toda la semana trabajando, con el estrés de las obligaciones, con la lucha diaria contra los problemas cotidianos y que ese momento, ese instante de sábado por la mañana es la felicidad sencilla que anhelamos, que merecemos y que, desgraciadamente, no siempre sabemos saborear.


Volvemos a casa y paramos por las tiendas del barrio para comprar alguna cosa con la que preparar el almuerzo. Los pacientes del centro de día que salen a pasear con sus familiares, rebosan gratitud, amor, ternura.

Al llegar a casa, en las noticias siguen informando del terror, del dolor, de la infamia vivida en París. Todas esas personas inocentes muertas en París, todas las personas que llevan meses caminando desde Siria huyendo de los mismos asesinos, todas las vidas inocentes perdidas en guerras y atentados sin sentido deberían, esta mañana, haber estado con sus familiares en un parque, en una calle, en una cafetería. Todas esas personas tenían derecho a estar leyendo un libro en estos momentos en su casa, a ver tranquilamente la tele, a no hacer nada o a estar encaminándose al cine con la persona amada a ver una película recién estrenada, a tomar una cerveza con unos amigos; a disfrutar, en definitiva, de la libertad respirada. Porque la libertad hay que ejercerla, la libertad hay que respirarla, la libertad ha de rodear al ser humano en cualquier tierra, en cualquier patria.

La mejor rebeldía que podemos enfrentar a los terroristas es seguir siendo libres, no dejar que nos confinen en los calabozos del miedo y la sinrazón, del odio y la desesperanza. Estoy seguro de que hoy, en París, es mas difícil decir esto, pero veo en los informativos apersonas que salen a la calle a encontrarse con sus vecinos, con sus amigos, con sus seres queridos y también, por qué no, con muchos desconocidos a los que sienten hermanos en el dolor. Esa rebeldía de la libertad respirada ganará, sin duda, a aquellos que quieren hacer de la sangre, del miedo y del dolor los dueños del destino. Porque la esperanza siempre vence al miedo.

Un abrazo.


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