Portada

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domingo, 19 de marzo de 2017

El sendero de los hijos. El futuro que les dejamos.

Esta mañana, a la vuelta de llevar a mis hijos a un torneo de ajedrez, el camino a casa estaba cortado por una carrera de estas que está tan de moda celebrar los domingos. Estaba cortada esta ruta y las alternativas más próximas. Eso me ha obligado a estar bastante rato en el coche. En la radio, unos tertulianos hablaban de cómo trata nuestro país a los niños que cruzan ilegalmente la frontera de Melilla. Niños que, pese a su corta edad, ya están hartos del destino que les ha dado la vida en suerte y abandonan su casa y su familia buscando una oportunidad que vaya más allá de la miseria, el hambre y la amargura.

Pienso, también lo dice uno de los entrevistados, que nos llenamos de indignación ante muros y racismos lejanos mientras vivimos con absoluta normalidad, tan de cerca, este tipo de indignidades.

En Andalucía, lo que importa ahora es el Impuesto de Sucesiones. Los Andaluces están preocupados por lo que deben pagar en caso de que hereden algo. A mí, me sorprende esta obsesión del Partido Popular por la palabra herencia. Primero fue la herencia de Zapatero lo que los tenía obsesionados y, ahora, las herencias de los Andaluces.

Más allá de las muchas mentiras que ha dicho el PP en esta campaña y de los argumentos esgrimidos por el Gobierno Andaluz para defenderlo, a mí, este debate me ha hecho ver que aun somos muy antiguos.

En un mundo globalizado como el actual, un  mundo en el que ninguno de nosotros sabemos donde vamos a encontrar un trabajo y donde vamos a poder vivir. En un mundo donde todo es tan cambiante y efímero, estar pensando en los bienes materiales que vamos a dejar a nuestros hijos es algo que, sinceramente, me suena a antiguo.

Después de esta crisis, deberíamos haber aprendido que es muy fácil perderlo todo. Que no es tan raro que tengamos que coger una maleta y emigrar. Si algo nos debería haber enseñado esta crisis es que ya no hay nada que sea sólido, que la realidad es cambiante y antojadiza, que una mala firma hace que un banco se lo lleve todo, que nada es completamente nuestro y que, desde luego, nada es para siempre.

En muchos casos, esta forma antigua de entender las herencias, lleva a que hermanos que se llevaban muy bien acaben peleados o con una relación enrarecida. Por no decir las veces que la única utilidad que encuentran los herederos a lo heredado es venderlo y convertirlo en liquidez porque ellos, viviendo fuera, quizá hasta lejos, no `pueden hacerse cargo de la casa del pueblo que tanto sacrificio le costó a su padre.

Creo que deberíamos cambiar nuestra filosofía de vida con respecto a las herencias. Creo que a los hijos hay que darles, en primer lugar, valores y principios para que sean personas respetuosas y tolerantes; solidarias, capaces de ayudar a mejorar este mundo y al resto de seres humanos.

Después, deberíamos darles formación, estudios, cultura y experiencias para que sepan manejarse en la vida y en este mundo cambiante en el que les toca vivir. Ayudarlos a viajar, a conocer gente interesante de la que puedan aprender cosas buenas, a disfrutar del arte para que se sientan personas plenas.

Cuando terminen su etapa de formación y tengan claro, dentro de lo posible, el proyecto de vida que quieren emprender; si nosotros tenemos capacidad económica para ayudarles, debemos hacerlo. Ayudarles en la compra de su vivienda, en la puesta en marcha de su negocio, en lo que necesiten para ser felices y nosotros, vivos, disfrutarlo con ellos.

Todas estas cosas son inembargables, los valores y principios, la cultura, el conocimiento, la formación, la experiencia; nadie se los podrá quitar, les acompañarán siempre, les serán útiles siempre y no tendrán que pagar impuestos por ellas.

Si, después de haberles ayudado en todo lo que hemos podido, si después de haber sido nosotros todo lo felices que podíamos junto a ellos, aun sobra algo; sinceramente, no me parece mal que paguen impuestos y, con ello, se ayude a mejorar esta sociedad. Porque hay otra herencia de la que no hablamos y, de ahí, que además de antiguo, este debate me suene a egoísta. Se trata de la herencia colectiva. Un mundo en paz, donde las personas puedan pensar y vivir en libertad, no tiene precio. Un medioambiente sano, conservar paisajes de alto valor ecológico para que nuestros hijos los puedan conocer y disfrutar en el futuro; tener una sociedad justa y solidaria donde todos los niños puedan estudiar y hacer de su vida aquello que quieran sin mas cortapisa que su propio esfuerzo, tener una sociedad donde todos tengamos derecho al mejor de los tratamientos cuando la enfermedad se cuela en nuestras vidas, tener una sociedad que atienda a los mas necesitados, a los dependientes que no pueden valerse por sí mismos; una sociedad que pague pensiones dignas a quienes llegan a la vejez; ¿Cuánto vale? Porque todo ello es también herencia, es la herencia colectiva que debemos cuidar. La herencia que no se encuentran al nacer los niños que abandonan su casa en África y arriesgan su vida en el Mediterráneo. La herencia que el Partido Popular deja abandonada cuando defiende que no paguemos por la otra.

Un abrazo y feliz semana

sábado, 4 de febrero de 2017

Barrabás

Siempre he pensado que no tiene mas razón quien grita mas alto. Es más, vivo convencido de que quien mas razón tiene, quien mas verdad dice, quien mas seguro está de sí mismo y sus opiniones, huye del ruido porque el ruido distrae a quien escucha, el ruido entorpece el mensaje, lo desfigura y resta atención a los contenidos.

Vivo, desde siempre, en desconfianza permanente de los vocingleros pues tengo el convencimiento de que, precisamente, hacen ruido para distraer, para distorsionar, para tensionar el ambiente y generar un clima que impida el debate sosegado de ideas, datos y argumentos en el cual, seguro, seguro, se saben perdedores.

Lo mismo me sucede con los insultos. Huyo de ellos y de quien los utiliza. En una sociedad donde tenemos educación obligatoria hasta los dieciséis años, nadie puede tener la excusa de no haber aprendido formas de expresión oral y escrita que le permitan defender sus posiciones sin tener que recurrir al insulto. Además, el respeto se debe llevar aprendido de casa. Todos conocemos  a muchas personas mayores que, desgraciadamente, no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela y son ejemplos de respeto, civismo, empatía y humanidad.

Si el insulto es proferido por alguien que tiene cultura, lectura y estudios universitarios, tiendo a pensar que su utilización responde al afán de hacer daño y quien quiere hacer daño, es que tiene maldad, y de la maldad no puede salir nada bueno.

Unido a lo anterior, solemos encontrar a la mentira. Sí, a la mentira, no a la posverdad ni ningún eufemismo por el estilo. Hay cosas que son verdad, hay cosas que son mentira y hay cosas que son opinables. Podemos tener preferencias por una estación del año u otra, podemos poner sobre la mesa mil argumentos de por qué nos gusta mas el verano o el otoño, podemos sacarle mil defectos al invierno; pero nunca podemos decir que hoy, día cuatro de febrero, en España es verano porque eso es, simple y llanamente, mentira. Ni posverdad, ni ningún otro palabro inventado.  Una mentira es, sencillamente, mentira y quien miente, un MENTIROSO. Si además, quien miente, lo hace dando muchas voces, insultando y calumniando; lo siento, pero a mí no me convence.

En fin, que habiendo  estado toda la vida muy seguro de esto, esta semana he empezado a darle vueltas a la cabeza no sea que me haya equivocado. No sea que quien grita, insulta y miente tenga razón. Porque si Trump gana las elecciones en USA, Le Pen está a un paso de ganarlas en Francia y Maduro sigue en Venezuela; y no voy a entrar a valorar acontecimientos locales; si hay tantas personas que siguen a los vociferadores de insultos, si se perdonan en las urnas mentiras que se demuestran que lo son. Si se aplaude al que calumnia, si hace gracia que un candidato a la presidencia de USA se mofe de la discapacidad de un periodista, del físico de una mujer y todo lo que él quiera. Si la mayoría de la gente apoya a personajes de este tipo, en youtube, facebook y twitter; puede ser que tengan razón… Pero, andando en estas vueltas, me vino a la memoria el episodio aquel de los evangelios en el que Pilatos pregunta al pueblo si salva al Nazareno o Barrabás. El pueblo, en la plaza, gritó exacerbado:
 
-  A Barrabás, a Barrabás, a Barrabás.

Veintiún siglos después y por aquí vamos.

No, si al final, me acabo planteando también lo de la religión….

Mejor dejarlo aquí. Feliz semana.

sábado, 21 de enero de 2017

Ola de frío en nuestros corazones. Ola de frío en nuestras conciencias.

Foto Michael Sheen, UNICEF.
http://blogs.20minutos.es/blog-solidario-cooperantes/tag/refugiados-siria/
Algunas noches, al cerrar los ojos, el horizonte de la Chaparra se abre ante mí, su atardecer rojizo e infinito me abre un vacío interior que parece un abismo al que me precipito si que nadie, salvo yo mismo, pueda frenarme en la caída.

Algunas noches, al cerrar los ojos, antes de dormir, siento en las plantas de mis pies las piedras redondas, gastadas de siglos, del caminó de la Bancalá. Me parece subir sus empinadas cuestas al frescor de la sombra de castaños centenarios.

Todos echamos de menos nuestra tierra cuando no estamos en ella. Todos echamos de menos los lugares donde nacimos y crecimos, donde están las experiencias de la niñez y la adolescencia, las experiencias que nos construyeron como personas; los escenarios de los juegos interminables de las tardes eternas de los veranos infantiles. Los rincones donde los primeros besos nos descubrieron el gozo infinito del amor, los primeros cigarros a escondidas, las excursiones por el bosque Eucalipto, las primeras visitas al ya, desgraciadamente, desaparecido Tello. El canto del agua en los pilares de las calles, la bravía y rebelde música de las corrientes en los brazales; el sosiego del caudal en las acequias. Lanjarón, mi pueblo.
Panorámica de Lanjarón
Se echa de menos tu tierra aun estando cerca. Se echa de menos tu tierra incluso cuando se está muy bien donde se está. Se echa de menos cuando uno se va abrigado en su coche y por carretera. Se echa de menos cuando uno se ha ido libremente y libremente puede volver cuantas veces quiera y en el momento que quiera.

¿Qué será de quien abandona su tierra obligado por la guerra? ¿Qué será de quien se va sin saber si quiera cuando volverá a verla? ¿Cómo ha de ser dejar a parte de tu familia y amigos debajo de la lluvia de las bombas? ¿Nos podemos imaginar siquiera lo que siente un padre que nota que la frágil barca en la que lleva a toda su familia es zarandeada por la tormenta? ¿Nos imaginamos, minimamente acaso, lo que puede sentir ese padre abrazando a su hijo pequeño intentando evitar que se caiga? ¿Podemos sentir, por un solo instante siquiera, la impotencia de ver como el mar se lo traga en una ola violenta con mas fuerza para llevárselo que tu brazo para mantenerlo unido a tí, unido a la vida?

No, no podemos y no queremos sentir nada.

Europa, la “civilizada Europa” aprueba leyes para devolverlos pronto a no se sabe donde, paga a terceros países para que no los deje llegar aquí y los mantenga hacinados en condiciones inhumanas. Europa aprueba leyes para confiscarles los pocos bienes que traen. Europa vota a partidos de extrema derecha para, en lugar de ayudarles, tratarlos como enemigos.

Tenemos una guerra al lado de nuestra puerta. Las personas vienen a nosotros huyendo de una muerte segura y muchos no hacen nada.

Todos los días mueren niños en los mares. Nos escandalizamos cuando vemos la foto de uno, pero hay días que son mas de veinte y sociedades y gobiernos no hacen nada.

No se hace nada para detener una guerra que nos tenía que llenar de vergüenza. Los Gobiernos, apoyados por una mayoría de la sociedad, no hacen nada por ayudar a los refugiados que es una obligación adquirida por todos nuestros países a través de pactos internacionales que firmamos hace ya bastantes años de forma libre y voluntaria.

La vida da muchas vueltas y muy inesperadas. Esperemos que nunca nos veamos en la situación que hoy se ven otros; porque si algún día aquí hay una guerra (esperemos que no) y hay que salir corriendo, que nadie se alarme cuando nadie nos abra sus puertas.


Miembros de la ONG Lanjarón-Mira al Mundo
Fuente: Europa Press
Por suerte, aun quedan gestos que alimentan alguna esperanza. Aun quedan hombres y mujeres que están dando lo mejor de su ser, de forma anónima y con escasos medios y apoyo, para paliar el egoísmo generalizado de la sociedad y gobiernos europeos. Médicos, enfermeros, bomberos.... se han desplazado para ayudar sobre el terreno a los refugiados. En Lanjarón, un grupo de personas se ha unido para aportar todo lo que esté en su mano. La ONG Lanjarón-Mira al Mundo, nos recuerda, de forma cercana, que todos tenemos mucho que aportar, que todos podemos hacer algo. Ojalá cunda el ejemplo.

Un abrazo.